martes, 31 de diciembre de 2013

PAPEL MOJADO
















María lee su viejo diario mientras se resguarda de la tormenta de verano que descarga con fuerza. Al llegar al final, mira las hojas que dejó en blanco, una por sueño. Hojas que esperaba que llenara el paso del tiempo. Pero continúan intactas. Se fija en un pequeño riachuelo que comienza a formarse en la acera y que llega hasta una cercana alcantarilla. De pronto, arranca las hojas y hace unos barquitos de papel. Sale a la calle y los pone en la corriente que marcha hacia la cascada del pequeño abismo.

Ahora observa como sus sueños, solo papel mojado, se hunden y no alcanzan su destino. Se estrellan, incluso en este pequeño viaje, contra una barrera infranqueable: la realidad.

domingo, 15 de diciembre de 2013

EL OSCURO BORDE DE LA LUZ














«Se puede tener, en lo más profundo del alma, un corazón cálido, 
y sin embargo, puede ser que nadie acuda a él» .
(Vincent Van Gogh)...................


El oscuro borde de la luz


Ane mira el paisaje que tiene frente a ella. Tres caminos rojos se abren paso en un campo de trigo que se mece con el viento. Primero, lentamente, después con fuerza.  Ane presta atención al sonido del viento,  al susurro que produce el roce de las espigas. Siempre ha sentido una fascinación especial por los paisajes sonoros, por esa voz de la naturaleza, como ella la llama, que le ayuda a percibir la vida a través de los sentidos. De repente, una bandada de cuervos se eleva sobre el trigal. Revolotean, se buscan y entrecruzan sus alas para enfrentarse a la tormenta que se dibuja en el horizonte. Un escalofrío recorre su cuerpo mientras observa cómo se alejan. Piensa, al verles mezclarse con las sombras del firmamento, que son el símbolo tenebroso de un destino del que nadie, a veces, puede escapar. Saca de su bolso el  cuaderno y la caja de lápices de colores que siempre lleva consigo y comienza a dibujar la escena.
—No, así no… en la naturaleza no hay líneas.
Ane estaba tan abstraída, que se sobresalta al escuchar la voz y se le cae el cuaderno. Se gira y ve a un hombre pelirrojo, de unos treinta cinco o cuarenta años, fuerte, de anchas espaldas, que viste un guardapolvo gris y un gran sombrero. «No es posible se parece…» Ane mira con disimulo la oreja izquierda del hombre. «Una cosa es desear parecerse a personajes que admiramos, vestir como ellos, imitar sus gestos… pero llegar, incluso, a cortarse el lóbulo para parecerse a él… No, es imposible…»
 El extraño se agacha a recoger el cuaderno y se lo da a Ane con una sonrisa.
—Perdón, siento haberte asustado. Me llamo Vincent… —le dice el hombre ofreciéndole la mano.
«Vincent… Claro, no podía ser de otro modo».  Ane duda, no sabe cómo reaccionar. Primero piensa en salir corriendo, pero luego mira sus ojos y no encuentra en ellos ningún rastro de locura, solo una inmensa tristeza y soledad. No sabe  la razón pero aquel hombre no le inspira temor.
—Hola, —dice mientras acepta la mano tendida— mi nombre es Ane.
—Es un paisaje fascinante, ¿verdad?
—Sí, por eso quería retenerlo.
— ¿Retenerlo? No…  lo que estabas haciendo era copiarlo, convertirlo en una imagen estática. No tienes que delinear los contornos de las cosas, tienes que buscar su luz, el movimiento de la quietud. Debes romper sus límites, sus bordes, penetrar dentro de ellas… que tomen cuerpo y volumen dentro de ti, para, después, atravesar ese muro invisible que existe entre lo que sientes y lo que ves.
—Pero antes necesito un bosquejo, un marco de referencia para no perder la información.
—No, no necesitas detalles específicos, ni referencias. Solo debes pintar lo que hay dentro de las cosas, la sensación que producen… que sea tu alma la que plasme las formas y los colores. Así  lograrás expresar tus emociones aunque pintes la más negra de las noches. Ven, demos un paseo, quiero enseñarte algo.
Caminan juntos hasta que llegan a un mirador desde donde se divisa un paisaje nocturno. Lo primero que llama la atención de Ane es la silueta de unos cipreses que se eleva hacia el cielo como una llamarada vegetal. Al fondo ve la silueta de un pueblo con la larga aguja de la torre de la iglesia presidiendo el conjunto. La línea del horizonte está baja, dándole protagonismo al cielo y a la luz que irradian las estrellas y una extraña  luna en cuarto menguante.
— ¿Dónde estamos?
— En mis sueños. Lo que ves es mi interior, mi mirada, expresada en luz y color. Cada pincelada es un pensamiento, una emoción, que rompe la barrera que nos separa y llega hasta ti.  Sueña las pinturas, Ane,  y luego pinta. Busca dentro de ti lo que crees que está fuera.

Ane siente unos toquecitos en su hombro.
—Perdón, señorita, es hora de cerrar el museo.
Mira por última vez el cuadro. «Esta escena es tu carta de despedida. No sé cuál de los tres senderos elegiste. Quizás el del centro que se pierde entre el trigo y se adentra en la pintura. Solo espero que al final encontraras la luz que tanto buscabas, aunque fuera a través de la muerte…»





martes, 19 de noviembre de 2013

ROSA

















Rosa era un ser especial. Jamás, desde que el destino me puso en su camino, escuché de su boca una mala palabra, ni la vi un mal gesto. Ni siquiera cuando los transeúntes daban una patada a su platillo o la miraban con desprecio. «No te enfades con ellos, compañero», me decía mientras me acariciaba el pelo, «no saben que lo esencial es invisible a los ojos». Y continuaba su camino sonriendo, empujando su carrito en el que llevaba todas sus pertenencias.

Hoy, mientras me trasladaban a la perrera, vi como la ambulancia se llevaba su cuerpo. Rosa abandonó esté mundo de la misma manera que vivió, en silencio, con los ojos cerrados y el corazón abierto.

domingo, 13 de octubre de 2013

ZORTZIKO *


















«Buscando hacer fortuna, como emigrante, se fue a otras tierras... y, entre las mozas, una quedó llorando por su querer…». 

Suena una canción en la radio. Sin poder evitar que asomen las lágrimas, me siento al lado del  transistor para escucharla. Ainara, mi nieta, deja un momento sus muñecas y se acerca a mí.
-—Aitite, ¿vas a llorar? - dice al ver mis ojos.
—No es nada, hija, es esta canción, que siempre me pone triste…
—¿Es de tu tierra? ¿La echas de menos?
— No, cielo, es que… ven, siéntate aquí,  voy a contarte una historia.

Ainara, cuando llegamos a Buenos Aires, escapando de la guerra, yo apenas tenía un año más que tú. Mis padres, a pesar de la tristeza que albergaban en sus corazones, consiguieron que mi mundo infantil no se desmoronara del todo. Y convirtieron nuestra huida en un viaje atrayente y exótico. Todavía recuerdo las sensaciones de los primeros días… Te resultará ridículo, pero durante días no dejé de pestañear. Como si de esa manera,  lograra capturar cada una de las imágenes que se desplegaban ante mí. 
Fueron días en los que, para mí, el mero hecho de salir a la calle ya era una aventura. Sobre todo, cuando me escapaba al barrio de La Boca. Me gustaba pasear por sus calles con casas de distintos colores, anacrónicas, pero a la vez enigmáticas como un puzle que tuviera que completar. No entendía el habla de los emigrantes italianos que vivían allí, pero las sensaciones de sus rostros no me eran ajenas. Sorpresa, soledad, nostalgia... Y, en el fondo de cada mirada, una luz de esperanza. Entre esa alegría y algarabía que  se veía y escuchaba en sus bares, llena de canciones y sonidos porteños, me sentía como en casa.
Un día, mientras estaba sentado junto al Río de La Plata, me llegó el sonido de una canción que conocía. «Ya llego al caserío. Voy a volverla a ver. No sale a recibirme, ¿qué es lo que pudo ser?»La voz salía de un pequeño bar en el  puerto. Abrí la puerta y, con miedo a ser visto por el dueño del local, entré sigilosamente y me escondí tras una columna que quedaba en penumbra. Desde mi escondite vi la figura de un hombre sentado en una mesa frente a una botella de anís. Su voz, grave y desgarrada, rompía la quietud reinante.  Parecía que las palabras se elevaban hacia el techo envueltas en la neblina azulada del humo de  su cigarro. «Maitetxu mía, muero al vivir sin ti»Con la última nota su cuerpo se derrumbó sobre la mesa. Durante unos minutos, que a mí me parecieron eternos, no movió ni un solo músculo. Pensé que quizás le  había pasado algo  y me acerqué a él. De repente, levantó la cabeza y clavó sus ojos en mí.
—¿Qué es lo que miras? –me dijo en un tono bronco y áspero.
—Yo… Entré al escucharle cantar… y luego… pensé que quizás le ocurría algo… –le contesté asustado.
—Tu acento… Eres vasco, ¿verdad? ¿Cómo te llamas?
—Mikel
Y continuó haciéndome preguntas. Quiénes eran mis padres, dónde vivíamos… Con cada pregunta su tono iba dulcificándose. Incluso conseguí arrancarle una sonrisa con alguna de las anécdotas que le conté. El tiempo pasó rápido en su compañía. Me despedí,  no sin antes conseguir que me permitiera visitarle al día siguiente. Sentía curiosidad por conocer su historia. Luego, alargó la mano, y mientras me daba un fuerte apretón, a modo de confirmación, me dijo su nombre, Antton Goñi.

Así fue como supe que Antton animado por las noticias de otros paisanos que habían emigrado a América, decidió ir tras sus huellas y probar fortuna. El viaje fue terrible, según me contó. Sin apenas comida ni agua, pero nada pudo con su ánimo porque era consciente de que, tras esa angustiosa travesía, llegaría a la maravillosa Argentina… a su tierra prometida. Allí  comenzó a trabajar como pastor y, cuando tuvo algo de dinero ahorrado, compró sus primeras cabezas de ganado. Antton se forjó una buena reputación gracias a los productos derivados de sus ovejas. Su vida era un ejemplo de esfuerzo y superación, una existencia acomodada y aparentemente feliz.  Sin embrago, yo no podía olvidar la imagen, triste y derrotada, que contemplé cuando le conocí.
—Antton, el día que te vi por primera vez… —me atreví a decirle un día.
—Mikel, -me dijo Antton sin dejar que terminara la frase- a veces, cuando crees que la vida es suave y cálida, aparece la mala suerte, y te atrapa en una jaula de la que ya no puedes salir. ¿Recuerdas la letra de la canción que cantaba?... Yo era ese joven… Aquel que regresó a España solo para contemplar como sus sueños se desvanecían ante la tumba de su amada
—¿La compusiste tú?
—No. Para mi desgracia, estando ebrio, le conté lo ocurrido a un hombre que se sentó a mi lado en un bar de Fuenterrabía. Dijo llamarse Francisco Alonso y me pidió permiso para componer una canción. Yo, en el estado en el que me encontraba, no era consciente de lo que realmente le contaba.  Le dije que hiciera lo que quisiera  y me dejara en paz.

Pero Antton no volvió a encontrar la paz, Ainara. El espíritu de Maite le acompañó durante toda su vida. Y su voz, llamándole, suplicándole que regresara, se volvió, a medida que escuchaba la canción, cada vez más nítida en su cabeza. Hasta que su pobre corazón no pudo soportarlo más.


— No estés triste, aitite...  Antón y Maite por fin están juntos en esa canción.





El zortziko es y ha sido considerado, generalmente, como uno de los rasgos más emblemáticos —si no el mayor— de la música vasca. Desde las obras de Iparraguirre hasta el Maitetxu mía, pocos son los músicos del país que no haya utilizado alguna vez sus cinco mágicas corcheas.

sábado, 14 de septiembre de 2013

CABINETA



















Cabineta recuerda los viejos tiempos en que todos solicitaban sus servicios... Incluso hacían cola para acariciarla y hablar en la intimidad. Sonríe al recordar a aquel director de cine y televisión que la lanzó al estrellato convertida en un personaje kafkiano. Qué caras de terror en aquellos a los que, durante unos segundos, en un divertimento sin malicia, dejó encerrados tras sus puertas de librillo.
Una lágrima rueda por su cristal ya opaco y ceniciento.  Los que antes la buscaban pasan a su lado con sus móviles de última generación, hablando sin notar su presencia. Ya no hay palabras para ella,  ni siquiera una mirada de soslayo.
Sola, abandonada, maltratada... espera el día en que un funcionario arranque del todo sus raíces... y muera.

viernes, 30 de agosto de 2013

LOS ANTIGUOS DIOSES MIRAN A EGIPTO
















Sentado junto al Lago Sagrado de Karnak, el dios Thot observa con tristeza cómo abandona el templo el último visitante del día. Cada vez son menos los que desde que comenzaron las revueltas visitan el recinto sagrado. A su lado una gata ronronea mientras frota su lomo contra las piernas del dios. Pero este está tan abstraído en sus pensamientos que no percibe su presencia. La gata llama su atención con un leve arañazo.
—¡Déjame en paz, Bastet!
La diosa adopta su forma humana.
—Thot, me tienes harta. No puedes continuar así, apartado de todo y de todos, en este lugar que has convertido en tu mausoleo.
—No es tan fácil…Yo…
—Durante milenios supimos transformarnos para asegurar nuestra presencia en el mundo. Tú fuiste el primero que cogiste el relevo de Ra cuando, cansado, ascendió a los cielos. Y ahora te niegas a renovarte, anclado en esta absurda inexistencia… Fíjate en mí, un simple cambio de nombre, Artemisa,  y conseguí que los griegos me venerasen. Incluso hoy en día cuento con adeptos. ¿Y qué me dices de Isis, infiltrada entre ese extraño panteón de vírgenes que tienen los cristianos?  Si ellos supieran que sus vírgenes negras, en el fondo,  son reminiscencias del antiguo culto a Isis…Y fíjate como Horus mira hacia el futuro, desde el anverso del escudo de una de las naciones más prósperas de la actualidad.
—Bastet, yo no cuestiono vuestros deseos y decisiones, solo pido que si no entendéis mi proceder,  al menos, lo respetéis.
—Es cierto que no logro entenderte. Fuiste uno de los dioses más importantes del panteón egipcio. Señor de la sabiduría y del tiempo, visir y escriba de los dioses, inventor de la escritura, de los números, de las matemáticas…Y ahora… Mira, he estado investigando. Hay una corriente de conocimiento nueva, a la que los humanos llaman física cuántica, y que sostiene que el Universo surgió de un pensamiento, que la realidad no existe hasta que se nombra. ¿Te suena?
Un destello cruza los ojos de Thot que se oscurecen de nuevo al escuchar las risas de unos niños que se acercan por la Avenida de las Esfinges. El mayor, de unos trece años, se adelanta con un candil en la mano, indicando el camino a seguir a una niña pequeña. Cruzan la puerta de entrada, se dirigen hacia el patio de Ramses II y se sientan frente a una de las columnas. El niño saca de una vieja mochila un cuaderno y un lapicero y comienza a dibujar ante la atenta mirada de la niña, que le ilumina con el farol. Thot sonríe al verlos mientras Bastet, ajena a la escena, no cesa de hablar.
— ¿Dónde queda eso, que tantas veces asegurabas, de que el maestro se revelaría a los alumnos cuando estuvieran preparados? Ellos te esperan.
—Pero estos otros —dice señalando a los pequeños— nos necesitan. Durante siglos solo nos hemos preocupado de nuestra propia existencia. Puede que ellos hayan dejado de creer en los antiguos dioses, pero nosotros debemos encarnarnos en sus sueños. 
La diosa baja la cabeza pensativa.
—Bastet, son tiempos difíciles, de dolor, duelo… de enfrentamientos entre hermanos. Yo les enseñé que la palabra es magia y vida, y todo lo que sea alejarse de ella no es sino muerte y oscuridad. Pero parecen haberlo olvidado.
— ¿Quiénes son esos niños?
— Son los hijos del guarda del templo. Él  se llama Sinuhé. Es despierto e inteligente y sueña con ir a la Universidad y convertirse en arqueólogo. Ha crecido entre estas piedras y no imaginas los conocimientos que alberga en su interior… Y ella es Annipe. Una chiquilla dulce y alegre que fantasea con ser como las princesas de los cuentos de las «Mil y una noches» que su hermano le cuenta al acostarse.
— Annipe… hija del Nilo… — Algo en la voz de la diosa se quiebra al mirar el dulce rostro de la niña iluminado por la lámpara, como si, de repente, todo ese amor maternal que alberga en su interior, rompiera esa fachada de autosuficiencia que, hasta ese momento, desprendía. 
—¿Y qué hacen frente a esa columna?
— Sinuhé dibuja en su cuaderno jeroglíficos que luego, con la ayuda de su hermana, moldea en arcilla para venderlos a los turistas como souvenirs y ayudar a paliar la pobreza en  que viven. Si la situación  ya era difícil antes, ahora, por culpa del fanatismo y la intransigencia de unos pocos que quieren sumir al país en el oscurantismo, se está tornando imposible de resolver.
—No estás hablando solo de Sinuhé y su familia, ¿verdad?
—Bastet,  tú que defendiste a Ra, siendo un niño, de Apofis y su reino de maldad y oscuridad, tienes que ayudarme...  Una vez, Egipto fue conocido por la biblioteca de Alejandría y su gran faro. Intentemos que esa llama, que aún se guarda en la memoria y en el corazón de su gente no se apague para siempre. 

Comienza a amanecer. Sinuhé observa cómo despuntan los primeros rayos del sol, mientras su hermana, con la cabeza apoyada en su hombro, pasa las páginas de su cuaderno.
—Sinuhé, ¿por qué te gustan tanto estas piedras?
Sinuhé la mira, sonríe y recuerda las palabras del poeta:  «A veces nos hablan en los sueños; a veces, pensando, la mente los escucha. » (1)
—Porque ellas me hablan.    
 

(1) Versos extraídos del poema, de  Constantino Kavafis, «Voces»


sábado, 17 de agosto de 2013

TRANSFORMACIÓN




















Alejandro se despierta aterrado. Otra vez la misma pesadilla que se repite, noche tras noche, desde que le realizaron el trasplante de corazón. En ellas, como un animal de presa, busca a mujeres solitarias con el único deseo de matarlas. Todas tienen el mismo aspecto: altas, con curvas generosas y pelirrojas. Un arquetipo, sin embargo, que no se acerca al que siempre pensó de su mujer ideal. En sus negros sueños nunca llega a ver el rostro de las víctimas porque, como una autocensura infligida, se despierta antes de que llegue el final. 
Si por lo menos el doctor Álvarez, el cirujano que  había realizado el trasplante, le hubiera informado sobre quién era el donante, quizás podría obtener respuestas a sus preguntas, pues había  leído en Internet que algunos científicos aseguran que el corazón tiene memoria propia, y que hay unas pequeñas moléculas, llamadas neuropéptidos, que viajan por todo nuestro cuerpo provocando emociones. También afirman que se almacenan en algunos órganos,  y que existe la posibilidad de que cuando un paciente recibe un corazón nuevo, esos estimuladores se liberan y cambian la personalidad del receptor, haciéndola parecida a la de la persona que lo donó. 
Pero el doctor Álvarez decía que tan solo eran conjeturas, que no estaba demostrado realmente y que lo que a él le pasaba solo era la consecuencia natural del estrés, físico y emocional, al que había estado sometido durante el proceso quirúrgico. Pero Alejandro sabe que lo que vive no es solo un estado emocional alterado, sino que algo ha cambiado dentro de él. Él nunca ha perdido la conciencia y mantiene todos sus recuerdos intactos. Aunque siente como si un aséptico velo se hubiera instalado en su memoria y su identidad que percibe de modo diferente. Le pidió…  le suplicó  que le dieran el nombre del donante, pero, amparado por la ley, se negó a dárselo. Lo único que obtuvo fue una cita para ser atendido en el servicio de psiquiatría.

El sonido del teléfono móvil le saca de sus pensamientos. El sistema de aviso de la agenda electrónica le indica que hoy, a las tres,  tiene consulta con el psiquiatra.  Cuando llega hay otras personas esperando. Una voz femenina va llamando a los pacientes por megafonía.  Poco a poco la consulta se va vaciando y ya solo queda él. Cuando le avisan se acerca a la puerta, la abre y ve a una joven tras la mesa de la habitación, que se levanta para recibirle. Es alta, pelirroja, como las mujeres de sus pesadillas. Y tiene un cuello blanco y perfecto... 
Alejandro sonríe mientras le tiende la mano.
Buenas tardes, doctora, no se imagina cómo me alegro de conocerla.


domingo, 21 de julio de 2013

EL DIARIO DE NEPTUNO



















La lancha blindada se acerca a la orilla sorteando el oleaje. Stuart mira la foto de una mujer con un bebé en  brazos y la aprieta contra su corazón.
Se abre la compuerta y todos corren hacia la playa. Una lluvia de disparos les recibe desde las posiciones enemigas. Stuart siente un impacto seco y doloroso en el pecho. Cae y extiende la mano, cogiendo un puñado de arena. Tendido e inmóvil, deja que los granos se deslicen entre sus dedos, como segundos de un reloj natural.
Desde el mar, Neptuno observa la escena y escribe en su diario: “Normandía, verano de 1944. Han muerto más de medio millón de personas. Hoy las redes de pesca son humanas”

martes, 2 de julio de 2013

LA ESPERA






















Veintiséis días lentos, agónicos,  en el corredor de la muerte, con la desesperación de saberse inocente y sin posible defensa. El jurado falló en su contra. Su abogado fracasó al no poder demostrar que una serie de causalidades confluyeron en la muerte de  Dennis. Hoy, ante su última cena, Eric huye de su sentimiento de ira despojándose de la conciencia, poco a poco, hasta que no queda nada.

Tras la puerta, la Muerte, aséptica, espera la señal que le indique si ha de quedarse o pasar de largo, seguir otro camino. Mientras, el Tiempo, impasible, empuja las manecillas del reloj que hay frente a la celda.

Tic-tac, 8 horas.

Tic-tac, 7 horas.

Tic...

domingo, 16 de junio de 2013

MÁS ALLÁ DE LA VENTANA…



















Los ojos de Nahir sonríen bajo el burka. Esa cárcel de tela que ella ha transformado en su espacio íntimo, en el guardián de sus secretos. Pegado a su cuerpo, lleva un cuaderno que ha comprado con las monedas que ha escatimado a su marido en las compras. Nahir recuerda las palabras de su madre cuando le enseñaba a escribir por las noches. “La educación te hará libre, mi niña…” y juntas comenzaron a deletrear quimeras, a silabear ilusiones, a formular esperanzas. 

Pero todo cambió con la muerte prematura de su madre. Nahir se convirtió en una carga para su otro progenitor, sobre todo, tras la toma del país por los talibán, y no tardó en buscarle marido. Se llamaba Abass. Había sido reclutado, entre los muchos huérfanos de la guerra, desarraigados y belicosos, que moraban en los campos de refugiados de Pakistán, para convertirse en un “soldado de Dios”. Se educó en sus madrazas y pronto comenzó a destacar entre los guerreros de Alá. Nahir, lloró, imploró piedad a su padre para evitar el matrimonio. Pero todo fue en vano.

Solo Nahir sabe las veces que deseó quitarse la vida, pero por cobardía, o, quizás por llevarle la contraria a la realidad que se empeñada en desautorizarla, no lo hacía. Se calzaba, cada mañana, unos zapatos especiales para no hacer ruido, para no llamar la atención, y vivía en los sueños sin necesidad de vivir.

Sus días transcurrían en soledad, encerrada entre las paredes del hogar, del que solo salía para hacer las compras y para acudir, una vez a la semana, al hammam. Pero ni siquiera allí encontraba refugio y compañía. Cuando ella llegaba, la mayoría de las mujeres callaban, o murmuraban a su espalda, pues temían que ella, dada la posición de su marido, fuera una confidente. Tan solo Yamila se atrevía acercarse a ella.

Yamila era una mujer risueña y valiente. Había trabajado durante años, como doctora, en el hospital de la ciudad. Por culpa de las leyes dictadas por el nuevo régimen, en las que se prohibía trabajar a las mujeres, tuvo que dejar de ejercer su profesión. Pero eso nunca le impidió poner sus conocimientos a disposición de quienes los necesitaran. Y creó, junto a otras mujeres, una red clandestina que atendía a las mujeres sin recursos, dándoles apoyo económico y sanitario. Incluso comenzaron a impartir clases para que, al menos, aprendieran a leer y a escribir. Yamila ofreció a Nahir inscribirse a los cursillos, pero Nahir lo rechazó. No porque tuviera miedo de lo que pudiera ocurrirle, sino porque temía que pudiera escapársele alguna información delante de su marido y poner en peligro a Yamila. Si no sabía nada, nada podría contar. Sin embargo, cuando Nahir supo que estaba embarazada cambió de idea. Nunca hubiera deseado traer un niño a este mundo: cada noche rezaba para que no ocurriera. Pero ni siquiera la naturaleza la dejó elegir. Pensó en abortar, porque, además, en su fuero interno, sabía que sería una niña. Pero cuando sintió los primeros movimientos dentro de ella, no pudo hacerlo.

Hoy Nahir camina decidida, sin miedo, a tomar su primera clase. No sabe qué ocurrirá en el futuro. Pero es la primera vez que siente que hay un horizonte más allá de lo que le enseña la pequeña ventana de su burka.

Nahir acaricia su vientre. “La educación te hará libre, mi niña… velaré porque sea así”


RECORRIDO



 “Cigarra amiga, cantaré contigo
que la vida no es más que lo que aquí cantemos.”
 (Enrique Gracia) .........

Recorrido


Aprender de los que saben,
valorando, no admitiendo
su experiencia como dogma.

Caminar tras las quimeras
liberando la mente,
de miedo y desengaños

Navegar por los recuerdos,
atravesando, en silencio,
el espacio de la memoria

Para que el alma 
permanezca sujeta
a la esencia de la vida.


domingo, 26 de mayo de 2013

PURA MAGIA














“La magia es un puente que te permite ir del mundo visible hacia el invisible.
 Y aprender las lecciones de ambos mundos.”
 (Paulo Coelho) .....................


Pura magia


“Tenéis que ordenar, de mayor a menor según su longitud, las siguientes medidas: trescientos sesenta hectómetros, veinticinco kilómetros…”
Oliver, ajeno a lo que la profesora Anderson escribe en la pizarra, mira por la ventana del colegio. Nunca le han gustado las matemáticas. A él lo que de verdad le gusta es leer, y, sobre todo, dibujar los personajes que habitan en los cuentos y en los libros de aventuras. Una figura que rebusca entre los contenedores de basura llama su atención. Es un hombre alto y desgarbado, con un extravagante traje y un gran sombrero de colores. De repente, el hombre mira directamente hacia la  ventana, se quita el sombrero y le saluda con una teatral inclinación del cuerpo.

El timbre señala el final de la clase y Oliver sale al patio donde ha quedado con sus amigos, Adele y Cory, para ir a jugar al parque. Al pasar junto a los contenedores busca la figura del extraño hombre, pero ya no está. No sabe qué es,  pero hay algo en él que le resulta familiar, como si le conociera de algo que no consigue recordar…
—El último que llegue a la fuente se la queda. —dice Cory, mientras sale corriendo.

El tiempo pasa deprisa cuando uno se divierte. Sin darse cuenta, entre risas y juegos, llega la hora de ir a casa para los tres amigos. Recogen las mochilas y se despiden hasta el día siguiente. Oliver no se ha vuelto a acordar del hombre hasta que le ve sentado en el porche de su casa. Por alguna razón, que no llega a comprender, no siente miedo al verle, solo ternura al percibir en su rostro una inmensa tristeza.
—Hola, Oliver. Te estaba esperando.
— ¿Cómo sabes mi nombre?
—Hace  mucho tiempo que nos conocemos.
Oliver escruta su semblante, y de repente, como si estuviera sucediendo en ese momento, se ve a sí mismo, pero mucho más pequeño y en brazos de su madre, mirando absorto el dibujo de un cuento que ella le estaba leyendo.
— ¡¿El Sombrerero Loco?!
—Alto, alto, jovencito. Mi amigo Lewis nunca se refirió a mí de ese modo. Si lees la crónica original que escribió tras su viaje, lo comprobarás.  Puedo ser excéntrico, insólito, extravagante, singular… pero loco, no.
—Perdona, yo… lo siento.
—No, Oliver, perdóname a mí. Es que soy un poco susceptible con ese tema… Como te decía antes, te estaba esperando porque necesito que me ayudes.
— ¿Ayudarte yo? ¿A qué?
—A buscar mi sombrero.
—Pe…pero si lo tienes puesto.
—No, (jajajaa) este no es mío, me lo he encontrado. El mío es una chistera. Sin ella no puedo regresar a mi país.
— ¿Al País de las Maravillas?
—Bueno… al de las Maravillas, o al de Nunca Jamás, o al de Oz… Llámalo como quieras, solo son distintas percepciones de una misma realidad: el mundo de los sueños y la fantasía.
— ¿Y esa chistera es mágica?
—No, Oliver. Los objetos inanimados no son mágicos. La magia está en el Universo, en la Naturaleza… en ti.
— ¿En mí?
—Claro, vamos a comprobarlo. Junta las dos manos y coge todo el aire que puedas. Ahora, —dijo el sombrerero sacando una copa de cristal de su bolsillo—, mételo dentro de la copa y acércatela al oído. ¿Qué oyes?
— ¡El mar…!
Si... y no. Lo que se escucha solo son ondas sonoras, Oliver. Pero tú, añadiendo imaginación y recuerdos, las has convertido en olas de mar.
— ¿Y entonces… para qué necesitas la chistera?
—Porque es parte de mí, de mi esencia… Y aunque nuestros mundos comparten la misma dimensión, no podemos existir en los dos. ¿Comprendes?
—Puedes quedarte aquí.
—No, Oliver, mi hogar está allí.
—Lo entiendo… Te ayudaré. ¿Cómo la perdiste?
—Una ráfaga de aire se la llevó. La he buscado por las calles, en la basura…
— ¿Has mirado en el parque? Mis amigos y yo jugamos allí con las cometas cuando hace viento. Se forman unos remolinos muy divertidos, sobre todo, en la esquina que hay junto a la rosaleda.
—No, ahí no.
—Espera… Le aviso a mi madre de que me marcho, para que no se preocupe,  y te acompaño.

Cuando Oliver sale, el Sombrerero no está. Cabizbajo entra de nuevo en casa y sube a su habitación. No entiende por qué no ha querido que le acompañase. Sobre la  cama ve un gran sombrero de colores y una nota.


Nunca me han gustado las despedidas. Es mejor hacerlo así, calladamente, con una sonrisa. Quizás nuestros caminos se vuelvan a cruzar.  Pero hasta entonces, recuerda siempre que la magia, la verdadera magia, está en lograr hacer de lo cotidiano algo extraordinario. Y tú sabes cómo hacerlo.

Pd. Te regalo el sombrero, a mí ya no me hace falta.


lunes, 29 de abril de 2013

LA NIEBLA
























“…las alegrías y las tristezas vienen embozadas de una inmensa niebla 
de pequeños incidentes. La vida es eso, la niebla”
(Miguel de Unamuno)


La niebla


Isabel se coloca las últimas horquillas con las que sujetarse el pelo sobre la nuca. Se mira al espejo, “Cuando se es joven hay que prepararse para gustar, a mi edad… para no desagradar…”, piensa mientras su reflejo le devuelve una sonrisa de aprobación. Coge un abrigo, un bolso y sale, como cada día que el tiempo lo permite, a dar una vuelta y desayunar en alguna cafetería.
Isabel camina sosegadamente por el paseo que hay  junto al Nervión, admirando el reflejo de los edificios de una ciudad, Bilbao, que hasta hace años ha vivido de espaldas a la ría, pero que, ahora, se contempla orgullosa en sus aguas. Son las 10:30 cuando entra en un bar, se sienta en una de las mesas y pide al camarero un café con leche y el periódico. Isabel adora el aroma del café confundido con el de la tinta... Siempre le ha parecido que en ese ritual, tan personal e íntimo, incluso las peores noticias pierden parte de su amargor. Coge la taza humeante mientras pasa las páginas del diario, lentamente, disfrutando del momento, hasta que llega a las necrológicas y una de ellas llama su atención.  

JUAN DE ARZUA SANTAOLALLA
Falleció en Bilbao, a los 93 años de edad. Su familia y amigos ruegan una oración por su 
alma.

Su mirada se escapa por encima de las páginas hacia los grandes ventanales del bar. El contorno de los edificios, calles, árboles… parece diluirse, como si retrocediera en el tiempo hasta el año 1905. Año en el que, siendo ella niña, llegó a Bilbao junto a su madre, viuda, con las maletas llenas de ilusiones y los bolsillos vacíos. Isabel recuerda el bullicio de la ciudad, en plena efervescencia por la prosperidad que había traído a la capital la apertura de los Altos Hornos, y  la alegría de su madre, cargada de sueños, por el futuro que auguraba para ambas.  Pero todos sus sueños retrocedieron, uno tras otro, antes de llegar a ninguna parte. Gentes venidas de las provincias limítrofes deambulaban en busca de un trabajo y, para una mujer sin estudios y con una hija pequeña a la que atender, era casi imposible conseguirlo. Con los pocos ahorros que tenía alquilaron una habitación en el casco viejo de la villa. Fue la dueña de la pensión, doña Margarita, la que le indicó a su madre que acudiera al puerto y preguntara por un tal Juan de Arzua, capataz del muelle y encargado de contratar a las sirgueras.

Los ojos de Isabel comienzan a humedecerse al recordar la imagen, durante tanto tiempo repetida, de su madre junto a otras mujeres arrastrando, a veces contracorriente,  las gabarras por la margen derecha de la ría con una cuerda ceñida a su cuerpo. Y es que, por entonces,  los barcos de cierto calado no podían pasar de Olabeaga, un barrio del extrarradio de la ciudad, por lo que era necesario trasladar las mercancías en barcazas desde ese punto hasta los muelles donde estaban situados los almacenes. Era trabajo más apropiado para bueyes que para mujeres, pero justificado, como un mal menor y necesario,  para la prosperidad del comercio.

“Juan de Arzua… Se ruega una oración por su alma…”  Isabel recuerda el olor a tabaco que impregnaba sus ropas y el humo que envolvía su silueta, en una especie de  halo enrarecido. Siempre con un puro en la mano, encendido, incandescente, lanzando miradas desde lo alto del muelle a las mujeres jóvenes. Cuantas se llevaron la inconsciente señal de su quemadura en la piel… Incapaz  de contener las lágrimas, Isabel, Llora por todas ellas, que solo fueron una anotación borrosa, a pie de página,  del libro de la Historia.

El dolor hace que Isabel vuelva al presente. Una espesa niebla comienza a descender sobre Bilbao, como si todo el humo acumulado en sus recuerdos, concentrado en un rincón de su memoria, de repente se hubiera liberado.

La niebla densa, el humo del tabaco.